Carcelona

Barcelona es la marca más importante de España”. Artur Mas (28/01/2013)

CarcelonaEl marketing ha sustituido a la política y la declaración del presidente de la Generalitat, advirtiendo de que España se juega  perder una de sus marcas más valiosas, me llamó la atención, tanto por la visión descaradamente mercantil del asunto como por el hecho de que, siendo el representante de una tierra tan rica, ponga el foco en “la marca Barcelona”.

No es una manera de hablar. Hace ya años que la política catalana está orientada a incrementar el valor de la marca Barcelona, y semejante dedicación ha dado sus frutos: destino Erasmus más deseado, top 3 en 2009 de las ciudades donde (los empresarios) creen que podrían llevar una vida más feliz, ejemplo de urbanismo contemporáneo, etc.

Pero hay problemas en el paraíso. Cada vez más barceloneses lamentan que la política ya no se centre en su bienestar sino en la promoción de la marca-ciudad (o, mejor, ciudad-marca), y  empiezan a sentirse excluidos en su propia casa, comparsas de una función continua planeada exclusivamente para el deleite del turista.   .

Uno de ellos es Marc Caellas, que dedica su provocador libro “Carcelona” (Editorial Melusina, 2011) a mostrar ejemplos concretos de los perjuicios que dichas políticas traen al ciudadano de a pie y a luchar contra este intento de construir “la ciudad soñada, donde sólo existe la clase media”.

Tras introducir cada entrada con una reveladora cita, pasa a relatar alguna vivencia o hecho concreto que le sirve para criticar algún aspecto del show de Truman en que se está convirtiendo la ciudad.

Aunque pueda discrepar puntualmente (me parece razonable que los dueños recojan las cacas de sus perros, no me gustan los toros…) comparto el mensaje de fondo, la reivindicación de la vida como algo complejo y que mancha, y la necesidad de luchar contra la voluntad uniformizadora que persigue ante todo facilitar la comercialización del producto Barcelona. Y, sobre todo, admiro la valentía de opinar libremente, sin miedo de apuntar al poder, meterse con los opinadores a sueldo (con nombre y apellidos), o proponer satíricas campañas publicitarias (“Carcelonia is not Catalonia” es mi favorita).

Lo leí de una sentada. Tuve la suerte de experimentar personalmente la gran transformación que el libro relata. Viví  la conversión del lumpen barrio de La Ribera en el fashion Borne,  los intentos de domesticación del Barrio Chino, la implantación de “la dictadura del civismo”, la escalada de precios de los alquileres o la pérdida de diversidad en las opciones de ocio nocturno. Pero he aprendido bastantes cosas de la visión de este barcelonés de nacimiento que regresa a casa tras pasar diez años en varias metrópolis americanas y nos cuenta lo que ve.

Frente al éxito planetario que se vende oficialmente, es de agradecer que haya gente que señale lo que se pierde por el camino, y que lo haga con la gracia de un cronista pegado a la calle, sin necesidad de palabras farragosas o conceptos académicos que oscurezcan el mensaje y lo separen de su destinatario natural, el ciudadano despierto.

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